21 de Julio de 2008
Cuando el caso Maddie comenzó, yo escribí que iba a ser la mayor y más decisiva prueba hecha a la capacidad de la Policía Judiciaria. No fue, de hecho, una opinión difícil de suscribir: desde el principio, ya desde el primer día, que se percibió que el caso iba a tener una repercusión mucho mayor de lo que estábamos habituados y una cobertura mediática que rápidamente traspasaría fronteras. Se exigía, bajo la luz de unos focos diferentes, que la PJ fuese capaz de dar muestra de competencia y “savoir-faire” (experiencia), en la forma en que iba a gestionar la investigación.
Pues bien. Según consta, el próximo martes, el Fiscal General de la República va a anunciar que el caso será archivado, sin ninguna conclusión y en el marco del informe de la PJ en el que la Policía reconoce que está en el mismo punto en que estaba el primer día, hace más de un año: sin posibilidad de presentar ninguna versión consistente para la desaparición de Maddie. Incluso aceptando que, como dice Pinto Monteiro, siempre hubo y habrá casos por resolver en el campo de la investigación criminal, una investigación de un crimen que acaba archivada por falta de pista es y será siempre una derrota para la Policía. Aunque, en este caos, la derrota es mucho mayor, porque es proporcional a la inversión realizada – en hombres, medios, dinero, tiempo y colaboración de todos – de la que no hay memoria entre nosotros.
La PJ, se le den las vueltas que se le den, falló, ya que, el primer objetivo, que era el de demostrar su competencia técnica, desvelando el caso. Admito que no sería fácil, pero falló y comenzó a fallar poco después del principio, cuando no trató de aislar el lugar del crimen, asegurando la preservación de todos los posibles indicios. Desde los primero días, me quedé con la impresión de que la PJ no tenía ninguna estrategia pensada, antes o durante, para enfrentarse a un caso semejante: aceptó búsquedas aleatorias al gusto del voluntarismo de la GNR o de los populares, tardó una eternidad en investigar posibles fugas de los raptores al extranjero por vía marítima o terrestre, aceptó al primer intérprete voluntario que se le presentó (Robert Murat, después nombrado arguido), y solo mucho después y con la colaboración de la Policía Científica inglesa, es cuando empezó a preocuparse de algún trabajo al viejo y eficaz estilo de Sherlock Holmes. Pero ya era tarde.
Lo peor, sin embargo, vino después. Sin conseguir encontrar a Maddie o su cuerpo, sin ninguna pista sobre posibles raptores ni ningún dato sobre el secuestro, la PJ resolvió invertir todo en una teoría propia y sin ninguna base que los permitiese: la de que eran los propios padres los que estaban implicados en la desaparición de Maddie. Los mismos policías que habían investigado la desaparición de Joana, también en el Algarve, y que habían concluido que fue la propia madre, Leonor Cipriano, que mató a su hija y escondió el cuerpo, avanzaron en el caso Maddie con la voluntad de alguien que cree que se repite la misma historia. Eso desde luego debería haber alertado a la dirección nacional de la PJ, incluso por no poder ignorar que nunca fue encontrado el cuerpo de Joana ni pruebas irrefutables de que la madre la matara –excepto la “confesión” de ella misma, arrancada en las instalaciones de la PJ de Faro, a altas horas de la noche, sin abogado ni magistrado presente y en circunstancias tales que los interrogadores que le arrancaron la confesión están siendo juzgados ahora por un delito de agresión. No pudiendo, por razones obvias, sustentar la tesis de que los McCann habrían vendido a su hija u organizado su rapto; no atreviéndose a sugerir que habrían, pura y simplemente, asesinado, sugirieron entonces una hipótesis más suave: ellos habrían agredido a su hija, ambos o solo uno de ellos, causándole la muerte de forma involuntaria. Después, confrontados con el drama, habrían, de común acuerdo, hecho desaparecer el cadáver de Maddie y denunciar su desaparición y rapto por unos extraños.
La tesis era, en sí misma, verdaderamente inverosímil. Un matrimonio de extranjeros que nunca había venido a Portugal, a pasar sus vacaciones en un pequeño pueblo con intenso movimiento de personas y turistas, habría, durante una cena con siete amigos en un restaurante a la vista de todos, arreglado la forma de ir al dormitorio donde dormía su hija con sus hermanos, retirar su cuerpo, hacerlo desaparecer y retomar la cena, como si no hubiese pasado nada. Todo esto hecho durante un período de media hora en media hora, sin que nadie reparara en ello y con tanto éxito que ellos, que ni conocía el terreno o sus inmediaciones, consiguieron eludir las búsquedas de centenas de populares y la GNR, realizadas durante días en un radio de cincuenta kilómetros. Era preciso creer en este absurdo y, aun así, los investigadores creyeron y la dirección nacional de la PJ, por lo visto, también.
Y se siguió adelante con aquello en que la PJ es especialista, siempre que no consigue deslindar un caso mediático: comenzó a filtrar información y opiniones a la prensa, sugiriendo que sabía muy bien lo que pasó, pero que fuertes obstáculos (en este caso, diplomáticos), la impedían poder hablar aun. Los hombres de mano de la PJ en la prensa –periodistas, ex-policías y otros “especialistas”- empezaron entonces a alimentar su campaña contra los McCann: que era muy extraño que ella no llorase, que el matrimonio tenía hábitos sexuales inmorales, que los amigos eran todos de desconfiar, que ella se habría quejado de que Maddie era una niña difícil, etc. y tal. Preparando el terreno, se llegó entonces al golpe final: la constitución de los McCann como arguidos – lo que, para la mayor parte de la opinión pública, nacional e internacional, significó apenas que la Policía portuguesa los tenía como sospechosos de la muerte y ocultación del cadáver de su hija.
Después, como también es costumbre de la casa, comenzaron a buscarse pruebas para sustentar la tesis – el camino inverso de cualquier investigación seria. Los McCann y sus amigos pasaron a ser interrogados durante horas, con la esperanza de que alguno de ellos se “viniera abajo” con aquello que los investigadores querían oír. Como escribió el “Times”, con gran asombro, la Policía portuguesa continúa aferrada a métodos de investigación que consisten esencialmente en la auto-incriminación de lo que toma por sospechosos: o a través de escuchas telefónica o la confesión, espontanea o no tanto, de los mismos. Como explicó un “especialista” en la RTP, cuando los sospechosos o están disponibles para seguir siendo interrogados “Ad nauseam”, la Policía se queda sin “medios investigativos”. Y así, cuando los McCann se fueron a casa, cansados de estar siempre allí a mano y de ver a la policía únicamente preocupada en conseguir incriminarlo como asesinos de su propia hija, en lugar de buscar a sus raptores, la PJ se quedó sin saber qué hacer. Los viejos y perezosos métodos no habían dado resultado y no conocía otros. Más de un año después, van y levantan la infame sospecha sobre un matrimonio que tuvo la desgracia de perder a su hija en Portugal y sobre un inglés que tuvo la desgracia de ser vecino del pueblo y haber levantado sospechas a una periodista. Archívese.
No, que no se archive. Tiene que haber responsables y ellos no se puede esconder detrás de libros destinados a prolongar aun más la calumnia y la violencia sobre inocentes. Y tiene que haber responsables entre los periodistas y los editores que se prestaron a la ligera a adherirse y difundir una tesis que la policía les vendió y que les sirvió para vender más periódicos. No, que no se archive. Ya basta de archivos.
Traducción de Mercedes
Inciso: La persona que le paga el sueldo a este hombre también forma parte del Consejo de Dirección del Daily Mail, por lo tanto, entendemos que sepa tanto de "investigaciones criminales" "confesiones arrancadas a golpes sin presencia de letrados" y sin embargo tan poco de secuestros. Se olvidó comentar lo "evidente" que era la presencia de ese secuestrador tan cacareado y del que no hay ninguna prueba. También se olvidó mencionar las flagrantes mentiras contadas por los nueve amigos, esos mismos que se negaron a participar en la reconstrucción oficial de los hechos porque después de haber leído tres manuales de policía cosideraron que ya sabían suficiente sobre investigaciones criminales, por lo menos tanto como el autor de este ¿artículo? y consideraron que no era necesaria ni oportuna. Tal vez los Magistrados del Tribunal Supremo portugués estén muy interesados en saber como los acusa de ratificar una sentencia de 16 años prisión para Leonor y João Cipriano sin tener la más mínima prueba para hacerlo. Tal vez haya olvidado que la confesión de Leonor fue dada en presencia de su abogada. Tal vez necesite escribir artículos como este para dar de comer a sus hijos...