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Malcolm Knox
August 15, 2009
Al igual que toda gran obra de arte e incluso obras de arte no tan grandes, el cuadro de 1886 de Frederick McCubbin “Lost” transmite a la gente a lo largo de los tiempos. También conocido como “The Lost Child”, el cuadro muestra a una niña pequeña agarrando fuertemente el muérdago en su delantal, aparentemente enjaulada por los barrotes de un bosque de eucaliptos australiano. El bosque está a punto de tragársela.
La reciente relación entre Australia y la pequeña británica desaparecida Madeleine McCann suscita nuevamente nuestra inquietud sobre los niños perdidos.
Madeleine desapareció del apartamento vacacional en el que ella y su familia estaban alojados en Portugal en 2007. La pasada semana, un investigador privado contratado por sus padres pidió información que podría conducir a una mujer “con acento australiano o neozelandés” que, en Barcelona tres días después de la desaparición de Madeleine, supuestamente preguntó a dos hombres británicos si su “nueva hija” iba a serle entregada.
Historias relacionadas también vinculadas a la investigación de una familia de un millonario australiano, Bill Wyllie, ahora fallecido, que supuestamente tenía un yate amarrado en Barcelona en ese momento. La familia Wyllie negó cualquier conexión.
Aunque la preocupación sobre niños desaparecidos se remonta a los cuentos de hadas más antiguos –Caperucita Roja, Hansel y Gretel, Blancanieves- el escritor y académico retirado Peter Pierce dice que el tema del niño perdido ha sido “una obsesión” en el arte y literatura australiana desde la colonización blanca.
En 1999, Pierce escribió The Country of Lost Children: An Australian Anxiety (El País de los Niños Perdidos: Una inquietud australiana), que exploraba el retrato del niño perdido en nuestra literatura, historia y pintura.
Pierce cogió el título de una conversación en Songlines, libro de 1986 del autor inglés Bruce Chatwin sobre Australia. Mientras discutían una historia aborigen sobre un niño entrando en el bosque y perdiéndose, un conocido de Chatwin dice: “Este es un país de niños perdidos.”
Ahora, un ángulo australiano en la historia McCann juega con dos temas fuertes en la concepción británica de Australia: uno, que Australia es un lugar donde los niños desaparecen y, dos, que es un lugar donde fugitivos del hemisferio norte desaparecen, o son obligados a hacerlo.
Pierce dice que ambos motivos han pesado fuertemente en la concepción de la cultura australiana.
“Casi todo gran escritor australiano del siglo XIX tenía una “historia de un niño perdido”, Pierce dice, citando episodios de Henry Kingsley - “The Recollections of Geoffrey Hamlyn”, Joseph Furply – “Such is Lif, la historia de “Pretty Dick” por Marcus Clarke y la historia de Henry Lawson “Babies in the Bush”, en la que un okupa primero niega que perdió a su hijo mientras estaba de juerga. Pero hacia el final de su trágica vida, el okupa, que una vez fue propietario de miles de hectáreas, no posee más que una parcela del tamaño de un niño en el cementerio.
“La forma habitual de comenzar las historias era alguien diciéndole al niño que no vagara al otro lado del arroyo,” dice Pierce.
“Frecuentemente se extraviaban no muy lejos de sus casas y el bosque indiferente australiano se los tragaba. Algunas veces eran encontrados por los rastreadores de aborígenes, otras no eran encontrados nunca.”
El “Lost” de McCubbin juega con “una imagen muy común en las revistas ilustradas de la época, que era la de un niño aparentemente dormido, o posiblemente muerto, en el bosque justo en el momento en que es encontrada por un grupo de rastreadores o algunas veces por los propietarios originales de la tierra.”
Representaciones artísticas, dibujos de la imaginación de los colonos, estaban basadas en historias reales de niños perdidos. En Daylesford, Victoria, en 1867, tres niños con edades de entre cuatro y seis años –William y Thomas Graham y Alfred Burman- desaparecieron después de la escuela dominical y perecieron en el bosque. Dos fueron encontrados en el hueco de un árbol.
En el Melbourne Post Ilustrado de 27 de septiembre de 1867, un relato dantesco del episodio estaba acompañado por un grabado de Samuel Calvert que iba en otra dirección, representando una escena casi apacible con los niños inocentes arropados en el árbol como si estuvieran durmiendo.
Pierce dijo que la obra “elegíaca” “funciona como una bendición”.
Las historias reales no siempre terminan tan terriblemente. “The three Duff children (Los tres niños Duff) –Isaac de 9 años, Jane de 7 y Frank de 3- se metieron en el bosque cercano a Horsham al oeste de Victoria en 1864 y estuvieron perdidos durante una semana antes de ser encontrados por un rastreador negro.
Jane fue inmortalizada por cuidar de sus hermanos en The Australian Babes en the Wood (Los Bebés Australianos en el Bosque), una narración en rima realizada para niños británicos. La historia de los Duff también fue introducido en el programa de las escuelas Victorianas.
En 1885, la niña de 11 años Clara Crosbie desapareció cerca de Lelydale en Dandenong Ranges y estuvo perdida en el bosque durante tres semanas antes de ser encontrada.
La amenaza impersonal del vasto bosque australiano fue sustituida por un tema diferente en el Siglo XX, dice Pierce
La literatura del Siglo XIX adaptó esa profunda inquietud de los cuentos de hadas a la experiencia colonial. No puedes perderte en la campiña inglesa, y era difícil imaginar a un niño aborigen vagando por ahí y perdiéndose. Era específicamente el hijo de un colono perdiéndose lo que agudizó el temor.”
Pero en el Siglo XX, la amenaza del bosque, “sin ninguna agencia humana o animal”, fue sustituida por “el niño perdido urbano, víctima de predadores humanos”.
Esta surgió de la rápida urbanización australiana, entonces suburbanización, y demostró que mientras el bosque podía retroceder al borde de la experiencia, el temor de perder a los niños permanecía en el centro.
Autores como Ian Moffatt, Jennifer Maiden, Beverley Farmer y Liam Davison hicieron arte de historias de niños perdidos en el Siglo XX.
Películas tan diversas como “Dot and the Kangaroo” y “Picnic at Hanging Rock” recurrieron al viejo temor al bosque maligno. La película de 1980 “Manganinnie” dramatiza la pérdida de una tribu de niños en el genocidio de Tasmania de los años 1830.
La historia McCann conecta directamente con el temor de los padres a los predadores urbanos. La novela del escritor de crímenes australiano Gabrielle Lord “Whipping Boy”, más tarde hecha película, exploraba el temor de finales del Siglo XX de que un niño fuese secuestrado por una red de pedofilia.
Su novela “Fortress”, también convertida en película, se basó en el secuestro ocurrido en 1972 de una profesora y sus seis alumnos en Faraday, Victoria.
La historia terminó felizmente, con los niños sin daño y los secuestradores encarcelados, no como la desaparición y asesinato ocurrido en 1960 de Graeme Thorne, el hijo de ocho años de un ganador de la lotería de Bondi. Aunque Stephen Bradley fue condenado por el asesinato, Pierce dice que el temor a los pedófilos resta tan profundamente en la psique de los adultos australianos que el poder mitológico de la historia Thorne se hubiera difundido e intensificado tanto si el caso se hubiese resuelto o no.
La novela de Liam Davison, “The Betrayal” (1999), traza dos relatos. Uno es la desaparición de los niños de Daylesfor y el otro una desaparición paralela ambientada en la Francia contemporánea. Davison dice que “quería explorar cómo las historias regionales son incorporadas a la conciencia nacional y juegan un papel en cómo damos sentido al paisaje”.
La desaparición de un niño, no importa donde, tiene tanto poder sobre nosotros que reformamos nuestro propio mundo en torno a esas historias. Los propios hijos de Davison tenían dos y cuatro años cuando él estaba investigando en Francia para su novela, y “la sensación de vulnerabilidad que da la paternidad definitivamente documentó el libro – hay esa sensación de pérdida potencial que siempre está ahí”.
Dice que un episodio en el que perdió de vista durante un momento a su hija pequeña, “con el pánico que eso produjo”, alimentó su escrito. También lo hizo la lectura de la novela de Ian McEwan (1987), “The Child in Time, la desgarradora historia de un hombre que pierde su hija de tres años en un supermercado.
“No importa si tiene lugar en Europa o Australia, es la alteridad lo que quería examinar”, dice Davison.
“Cuando son europeos en Australia, o australianos en Europa, o cualquier en un lugar extranjero (al igual que los McCann en Portugal), es la sensación del otro, estando en nuestro lugar, lo que intensifica el pánico y la pérdida.”
Pero Australia guarda un lugar en particular en la imaginación del mundo como un lugar de desapariciones. Pierce apunta casos tan diversos como la desaparición de Peter Falconio, presumiblemente asesinado, en el desierto de la Australia central, y la posibilidad de reaparición de Lord Lucan en Tasmania (tal como se expuso en la novela de Heather Rose (2005) “The Butterfly Man”), para mostrar que la fascinación europea con Australia como lugar en el extremo del planeta no se limita a la preocupación sobre niños desaparecidos.
“Y debe recordar que en nuestra historia temprana, se enviaron remesas de hombres aquí con el propósito de hacerlos desaparecer,” dice.
La diferencia entre vida y el arte realizado de la vida es la ambición del arte para resolver la incertidumbre, tanto a través de un final feliz o infeliz. La vida cruda y dura no ofrece tal forma. La niña perdida de McCubbin todavía no ha sido encontrada, pero lo será. El cuadro ofrece esperanza. Pero incluso eso no fue suficiente para el artista. McCubbin, dice Pierce, “realizó un cuadro posterior, una pieza compañera, llamada “Encontrado”. Pero, desgraciadamente, ese cuadro se ha perdido.”
Malcolm Knox
Traducción de Mercedes
Para hacer comentarios: Aquí
Malcolm Knox
August 15, 2009
Al igual que toda gran obra de arte e incluso obras de arte no tan grandes, el cuadro de 1886 de Frederick McCubbin “Lost” transmite a la gente a lo largo de los tiempos. También conocido como “The Lost Child”, el cuadro muestra a una niña pequeña agarrando fuertemente el muérdago en su delantal, aparentemente enjaulada por los barrotes de un bosque de eucaliptos australiano. El bosque está a punto de tragársela.
La reciente relación entre Australia y la pequeña británica desaparecida Madeleine McCann suscita nuevamente nuestra inquietud sobre los niños perdidos.
Madeleine desapareció del apartamento vacacional en el que ella y su familia estaban alojados en Portugal en 2007. La pasada semana, un investigador privado contratado por sus padres pidió información que podría conducir a una mujer “con acento australiano o neozelandés” que, en Barcelona tres días después de la desaparición de Madeleine, supuestamente preguntó a dos hombres británicos si su “nueva hija” iba a serle entregada.
Historias relacionadas también vinculadas a la investigación de una familia de un millonario australiano, Bill Wyllie, ahora fallecido, que supuestamente tenía un yate amarrado en Barcelona en ese momento. La familia Wyllie negó cualquier conexión.
Aunque la preocupación sobre niños desaparecidos se remonta a los cuentos de hadas más antiguos –Caperucita Roja, Hansel y Gretel, Blancanieves- el escritor y académico retirado Peter Pierce dice que el tema del niño perdido ha sido “una obsesión” en el arte y literatura australiana desde la colonización blanca.
En 1999, Pierce escribió The Country of Lost Children: An Australian Anxiety (El País de los Niños Perdidos: Una inquietud australiana), que exploraba el retrato del niño perdido en nuestra literatura, historia y pintura.
Pierce cogió el título de una conversación en Songlines, libro de 1986 del autor inglés Bruce Chatwin sobre Australia. Mientras discutían una historia aborigen sobre un niño entrando en el bosque y perdiéndose, un conocido de Chatwin dice: “Este es un país de niños perdidos.”
Ahora, un ángulo australiano en la historia McCann juega con dos temas fuertes en la concepción británica de Australia: uno, que Australia es un lugar donde los niños desaparecen y, dos, que es un lugar donde fugitivos del hemisferio norte desaparecen, o son obligados a hacerlo.
Pierce dice que ambos motivos han pesado fuertemente en la concepción de la cultura australiana.
“Casi todo gran escritor australiano del siglo XIX tenía una “historia de un niño perdido”, Pierce dice, citando episodios de Henry Kingsley - “The Recollections of Geoffrey Hamlyn”, Joseph Furply – “Such is Lif, la historia de “Pretty Dick” por Marcus Clarke y la historia de Henry Lawson “Babies in the Bush”, en la que un okupa primero niega que perdió a su hijo mientras estaba de juerga. Pero hacia el final de su trágica vida, el okupa, que una vez fue propietario de miles de hectáreas, no posee más que una parcela del tamaño de un niño en el cementerio.
“La forma habitual de comenzar las historias era alguien diciéndole al niño que no vagara al otro lado del arroyo,” dice Pierce.
“Frecuentemente se extraviaban no muy lejos de sus casas y el bosque indiferente australiano se los tragaba. Algunas veces eran encontrados por los rastreadores de aborígenes, otras no eran encontrados nunca.”
El “Lost” de McCubbin juega con “una imagen muy común en las revistas ilustradas de la época, que era la de un niño aparentemente dormido, o posiblemente muerto, en el bosque justo en el momento en que es encontrada por un grupo de rastreadores o algunas veces por los propietarios originales de la tierra.”
Representaciones artísticas, dibujos de la imaginación de los colonos, estaban basadas en historias reales de niños perdidos. En Daylesford, Victoria, en 1867, tres niños con edades de entre cuatro y seis años –William y Thomas Graham y Alfred Burman- desaparecieron después de la escuela dominical y perecieron en el bosque. Dos fueron encontrados en el hueco de un árbol.
En el Melbourne Post Ilustrado de 27 de septiembre de 1867, un relato dantesco del episodio estaba acompañado por un grabado de Samuel Calvert que iba en otra dirección, representando una escena casi apacible con los niños inocentes arropados en el árbol como si estuvieran durmiendo.
Pierce dijo que la obra “elegíaca” “funciona como una bendición”.
Las historias reales no siempre terminan tan terriblemente. “The three Duff children (Los tres niños Duff) –Isaac de 9 años, Jane de 7 y Frank de 3- se metieron en el bosque cercano a Horsham al oeste de Victoria en 1864 y estuvieron perdidos durante una semana antes de ser encontrados por un rastreador negro.
Jane fue inmortalizada por cuidar de sus hermanos en The Australian Babes en the Wood (Los Bebés Australianos en el Bosque), una narración en rima realizada para niños británicos. La historia de los Duff también fue introducido en el programa de las escuelas Victorianas.
En 1885, la niña de 11 años Clara Crosbie desapareció cerca de Lelydale en Dandenong Ranges y estuvo perdida en el bosque durante tres semanas antes de ser encontrada.
La amenaza impersonal del vasto bosque australiano fue sustituida por un tema diferente en el Siglo XX, dice Pierce
La literatura del Siglo XIX adaptó esa profunda inquietud de los cuentos de hadas a la experiencia colonial. No puedes perderte en la campiña inglesa, y era difícil imaginar a un niño aborigen vagando por ahí y perdiéndose. Era específicamente el hijo de un colono perdiéndose lo que agudizó el temor.”
Pero en el Siglo XX, la amenaza del bosque, “sin ninguna agencia humana o animal”, fue sustituida por “el niño perdido urbano, víctima de predadores humanos”.
Esta surgió de la rápida urbanización australiana, entonces suburbanización, y demostró que mientras el bosque podía retroceder al borde de la experiencia, el temor de perder a los niños permanecía en el centro.
Autores como Ian Moffatt, Jennifer Maiden, Beverley Farmer y Liam Davison hicieron arte de historias de niños perdidos en el Siglo XX.
Películas tan diversas como “Dot and the Kangaroo” y “Picnic at Hanging Rock” recurrieron al viejo temor al bosque maligno. La película de 1980 “Manganinnie” dramatiza la pérdida de una tribu de niños en el genocidio de Tasmania de los años 1830.
La historia McCann conecta directamente con el temor de los padres a los predadores urbanos. La novela del escritor de crímenes australiano Gabrielle Lord “Whipping Boy”, más tarde hecha película, exploraba el temor de finales del Siglo XX de que un niño fuese secuestrado por una red de pedofilia.
Su novela “Fortress”, también convertida en película, se basó en el secuestro ocurrido en 1972 de una profesora y sus seis alumnos en Faraday, Victoria.
La historia terminó felizmente, con los niños sin daño y los secuestradores encarcelados, no como la desaparición y asesinato ocurrido en 1960 de Graeme Thorne, el hijo de ocho años de un ganador de la lotería de Bondi. Aunque Stephen Bradley fue condenado por el asesinato, Pierce dice que el temor a los pedófilos resta tan profundamente en la psique de los adultos australianos que el poder mitológico de la historia Thorne se hubiera difundido e intensificado tanto si el caso se hubiese resuelto o no.
La novela de Liam Davison, “The Betrayal” (1999), traza dos relatos. Uno es la desaparición de los niños de Daylesfor y el otro una desaparición paralela ambientada en la Francia contemporánea. Davison dice que “quería explorar cómo las historias regionales son incorporadas a la conciencia nacional y juegan un papel en cómo damos sentido al paisaje”.
La desaparición de un niño, no importa donde, tiene tanto poder sobre nosotros que reformamos nuestro propio mundo en torno a esas historias. Los propios hijos de Davison tenían dos y cuatro años cuando él estaba investigando en Francia para su novela, y “la sensación de vulnerabilidad que da la paternidad definitivamente documentó el libro – hay esa sensación de pérdida potencial que siempre está ahí”.
Dice que un episodio en el que perdió de vista durante un momento a su hija pequeña, “con el pánico que eso produjo”, alimentó su escrito. También lo hizo la lectura de la novela de Ian McEwan (1987), “The Child in Time, la desgarradora historia de un hombre que pierde su hija de tres años en un supermercado.
“No importa si tiene lugar en Europa o Australia, es la alteridad lo que quería examinar”, dice Davison.
“Cuando son europeos en Australia, o australianos en Europa, o cualquier en un lugar extranjero (al igual que los McCann en Portugal), es la sensación del otro, estando en nuestro lugar, lo que intensifica el pánico y la pérdida.”
Pero Australia guarda un lugar en particular en la imaginación del mundo como un lugar de desapariciones. Pierce apunta casos tan diversos como la desaparición de Peter Falconio, presumiblemente asesinado, en el desierto de la Australia central, y la posibilidad de reaparición de Lord Lucan en Tasmania (tal como se expuso en la novela de Heather Rose (2005) “The Butterfly Man”), para mostrar que la fascinación europea con Australia como lugar en el extremo del planeta no se limita a la preocupación sobre niños desaparecidos.
“Y debe recordar que en nuestra historia temprana, se enviaron remesas de hombres aquí con el propósito de hacerlos desaparecer,” dice.
La diferencia entre vida y el arte realizado de la vida es la ambición del arte para resolver la incertidumbre, tanto a través de un final feliz o infeliz. La vida cruda y dura no ofrece tal forma. La niña perdida de McCubbin todavía no ha sido encontrada, pero lo será. El cuadro ofrece esperanza. Pero incluso eso no fue suficiente para el artista. McCubbin, dice Pierce, “realizó un cuadro posterior, una pieza compañera, llamada “Encontrado”. Pero, desgraciadamente, ese cuadro se ha perdido.”
Malcolm Knox
Traducción de Mercedes
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