El Instituto de Apoyo al Niño divulgó un conjunto de preocupaciones derivadas de un conjunto de sentencias judiciales, cuyo principal fundamento de la decisión tiene como base la manipulación de los niños, por parte de los padres, en casos de separación o divorcio, que, en las consecuencias más radicales de esta disputa entre adultos, ha llevado a los tribunales a retirar a los niños, apartándolos, de ese mundo de disputa
Creo que el Instituto de Apoyo al Niño, liderado por Manuela Eanes, hoy bajo la dirección técnica de Dulce Rocha, una magistrado de excelencia, uno de los más decisivos brazos maternales que nunca perdió el sentido de los derechos jurídicos del niño, sobre todo porque no los ve solo como sujetos de Derechos sin dimensión afectiva.
Y la verdad es que son abundantes los casos en que los hijos son objeto de chantaje, moneda de cambio, para salvar matrimonios, para condicionar el futuro de adultos y hasta para resolver disputas patrimoniales. La instrumentalización de los niños, convertidos en cosas, en estas disputas es, por otra parte, una estadística criminal. Bastar ver los números de “secuestros”. Si nos acercamos más a este delito, se llega a la conclusión de que la mayoría resulta en demandas de padres o madres que acusan al otro de haberle “robado” su hijo.
Es un mundo dramático del que poco se habla, poco conocido, que dice poco sobre los niños pero dice mucho sobre los padres. Y cuando se mete por el medio un magistrado burócrata, legalista y sin cultura humanista puede suceder aquello que el IAC denuncia: en vez de tratar a los padres, se encierra a los niños en internados aparentemente de protección, que agravan el desequilibrio emocional de quien es tratado así.
La secularización del matrimonio, su rápida descristianización a lo largo de las últimas décadas, la ley del divorcio que facilita, y mucho, la separación de quien no quiere estar unido, no ha merecido la atención que exigen, en términos de debate académico y público, como factores que han impuesto una idea de familia muy distinta de aquella que asumimos de la tradición romántica del matrimonio.
Y por falta de comprensión de la nueva situación, ahora ya con algunas décadas de experiencia, normalmente son los hijos quienes pagan los platos rotos de la discordia, tensiones, ira y odio que se cruzan entre los dos cónyuges. Normalmente las instituciones se interesan cuando se entra en la violencia doméstica. Es poco. La protección de los derechos de los más pequeños nos obliga a ir más lejos. Es que sin amor no hay Derecho que valga.
Francisco Moita Flores, Profesor Universitario
Traducción de Mercedes