SOS Madeleine
El policía portugués, que sospechaba de los padres, fue retirado de la investigación sobre la desaparición de la niña inglesa. Una sanción que le cuesta digerir.
Un "retrato" de Gonçalo Amaral por Marie Piquemal - photografía de Édouard Caupeil – publicada ayer en "Libération"
Nunca un caso ha turbado su sueño. Ni siquiera la misteriosa desaparición de la pequeña Maddie, desaparecida desde hace dos años. Él era entonces inspector de policía en Portimão, en el sur de Portugal.
A algunos kilómetros del resort de Praia da Luz, donde la familia McCann pasaba sus vacaciones. Cuando la pequeña de 3 años se volatilizó la noche del 3 de Mayo de 2007, Gonzalo Amaral se encontró en primera línea. Responsable de las operaciones de búsqueda. Y propulsado a las portadas de las revistas, junto a la linda carita de la niña desaparecida. La imagen de la niñita rubia y de su peluche rosa dan la vuelta al mundo. La mediatización de una amplitud inédita fue sabiamente orquestada por los padres, Gerry y Kate McCann, y por su asesor de prensa, contratado desde las primeras horas. En este torbellino de emociones e imágenes, el Comisario Amaral aparece enseguida como un personaje clave de la dramaturgia. Una figura controvertida. Desde el principio, los tabloides británicos se despachan sobre su aspecto barrigón, sus llamativas gafas Prada, su inclinación por el alcohol y la siesta. Cuando el policía comenzó a sospechar de los padres por “simulación de secuestro” y “ocultamiento de cadáver” la prensa de desbocó.
Lo reencontramos dos años más tarde. En un hotel parisiense, calle Faubourg Saint-Honoré. Ha cambiado. Menos vientre y menos pelo. Se ha afeitado también el bigote, digno del gendarme de Saint-Tropez. Envarado en su traje y corbata, mirada azorada tras sus espesas cejas, parece apagado. Ensombrecido por los dos a cuatro paquetes de Marlboro que consume a diario. “El caso Maddie lo ha transformado, se ha vuelto triste”, asegura su mujer, Sofía, que no se separa de él. Dinamismo por dos.
Amaral está en París con ocasión de la salida de su libro, del que ha vendido 180.000 ejemplares en Portugal. Tras el caso Maddie, dejó la policía. El 2 de Octubre de 2007, tras cinco meses sin noticias de la pequeña inglesa, es separado de la investigación por su superior. Ofendido, se jubila anticipadamente, a los 48 años. “No me retiraron del caso por incompetencia, sino por un momento en el que me dejé llevar”, insiste él. Es decir, por haber criticado a los policías británicos, acusándolos de estar manipulados por el clan McCann. La policía portuguesa irritó desde el principio a la familia McCann. Falta de profesionalidad, dicen los unos con arrogancia anglosajona. Métodos de trabajo diferentes, se defienden los otros. Entre las dos partes se ahonda el abismo, la incomprensión y el rencor se abren paso. El culto al secreto que rodea a la investigación portuguesa choca con la excesiva mediatización orquestada por los ingleses.
El comisario Amaral no ceja. “¿Por qué arriesgarse a publicar la foto de esta niña desde los primeros momentos, en el mundo entero? Es lo idea para asustar al posible raptor que puede matar a la niña. Hay que trabajar en silencio. Al menos en un primer momento.” La incomprensión se transforma en guerra abierta cuando, en el verano que sigue a la desaparición, los investigadores portugueses emiten la hipótesis de una simulación. ¿Y si los padres fuesen culpables? Sospechar oficialmente de los McCann, colocándolos bajo el estatuto particular de arguidos (“sospechosos oficiales”): Apasionada, la opinión pública británica no lo acepta. Se escandaliza. Es demasiado y el comisario Amaral cae.
Hoy el comisario se explica. He aquí su tesis, en resumen: los padres son responsables de la muerte de su hija. Accidente doméstico, malos tratos o crimen. Es igual. “La hipótesis políticamente correcta del rapto no se sostiene, asegura. La niña está muerta.” Articula su demostración en torno a dos puntos clave. Primero, los rastros de sangre encontrados por los perros rastreadores en la habitación del hotel y en el coche alquilado por los McCann más de veinte días después de la desaparición de la niña. “Los análisis muestran que la sangre corresponde en parte al perfil ADN de Madeleine McCann”. Después, las estadísticas: “Los crímenes contra niños, incluidos los sexuales, son cometidos por los padres en el 84 % de los casos.” Para él, ni sombra de duda. Nosotros cerramos el libro como lo abrimos, sin ninguna certeza. ¿Por qué ha escrito este hombre este libro? ¿Convicción u obsesión? ¿Tenacidad o encarnizamiento? ¿Ganar dinero con un tema sensacionalista? Él barre las críticas con un movimiento de mano. “Es una cuestión de valores, de justicia y de verdad.” Hoy, el ex-policía desea la reapertura de la investigación para “encontrar el cuerpo de Maddie”. Y rehabilitar la imagen de la policía portuguesa. También la suya. El ex-inspector está inculpado por falso testimonio en otro caso relacionado con una niña desaparecida, cuyo cuerpo no apareció jamás. Leonor Cipriano, la madre de Joana (8 años), condenada a dieciséis años de prisión, afirma haber confesado la muerte de su hija tras haber sido golpeada por los policías controlados por Amaral, a quienes él habría protegido después. Sin pestañear, él ve en esto una nueva tentativa de desestabilización.
Gonçalo Amaral es una de esas personas de inteligencia fría, que sorprende, intimida y desconcierta. No deja sitio, ni siquiera ínfimo, para la compasión, la emoción o cualquier clase de afecto. Para él, los padres de Maddie (y sus amigos) son culpables de haber dejado solos a sus hijos, sin vigilancia, en su habitación, mientras ellos cenaban en el restaurante del hotel. Sin piedad, suelta: ”Deberían ser castigados por eso. El deber de los padres es vigilar a sus hijos. ¿Cree que una niña de 3 años está segura, sola en una habitación? Puede sucederle cualquier cosa: un accidente eléctrico o algo, sin hablar siquiera de secuestro.”
Gonçalo Amaral tiene tres hijas, de dos matrimonios. “Es un papá muy complaciente. Con él a las niñas se les consiente todo”, afirma su mujer Sofía. En su libro, Amaral evoca a su hija más pequeña, Inès, de la misma edad que Maddie. “Igual, pero en moreno.” Ni una palabra, en cambio, de su infancia al norte de Lisboa, con sus cinco hermanos y hermanas, su madre ama de casa y su padre obrero. No cuenta tampoco cómo entró en el servicio público como simple agente, a los 14 años, “porque en aquella época era posible”. Recorrido jalonado de clases nocturnas, para subir los escalones hasta ese puesto de coordinador del departamento de investigaciones criminales de la policía judicial de Portimao. Además del caso Maddie, se ha ocupado de temas delicados, especialmente los relacionados con tráfico de drogas. “Este trabajo era su vida. Dejarlo ha sido un profundo desgarro”, dice su mujer. Ha intentando además una incursión en política. Quería presentarse a las elecciones municipales de octubre 2009 en Olhao, por el partido socialdemócrata (formación de centro-derecha). El presidente del partido lo rechazó “por temor a mezclar lo político con lo jurídico”. Entonces, ha emprendido la creación de un segundo libro, sobre otros casos de policía. Queda la página por girar.
Marie Piquemal
Traducción de "Eme"
El policía portugués, que sospechaba de los padres, fue retirado de la investigación sobre la desaparición de la niña inglesa. Una sanción que le cuesta digerir.
Un "retrato" de Gonçalo Amaral por Marie Piquemal - photografía de Édouard Caupeil – publicada ayer en "Libération"
Nunca un caso ha turbado su sueño. Ni siquiera la misteriosa desaparición de la pequeña Maddie, desaparecida desde hace dos años. Él era entonces inspector de policía en Portimão, en el sur de Portugal.
A algunos kilómetros del resort de Praia da Luz, donde la familia McCann pasaba sus vacaciones. Cuando la pequeña de 3 años se volatilizó la noche del 3 de Mayo de 2007, Gonzalo Amaral se encontró en primera línea. Responsable de las operaciones de búsqueda. Y propulsado a las portadas de las revistas, junto a la linda carita de la niña desaparecida. La imagen de la niñita rubia y de su peluche rosa dan la vuelta al mundo. La mediatización de una amplitud inédita fue sabiamente orquestada por los padres, Gerry y Kate McCann, y por su asesor de prensa, contratado desde las primeras horas. En este torbellino de emociones e imágenes, el Comisario Amaral aparece enseguida como un personaje clave de la dramaturgia. Una figura controvertida. Desde el principio, los tabloides británicos se despachan sobre su aspecto barrigón, sus llamativas gafas Prada, su inclinación por el alcohol y la siesta. Cuando el policía comenzó a sospechar de los padres por “simulación de secuestro” y “ocultamiento de cadáver” la prensa de desbocó.
Lo reencontramos dos años más tarde. En un hotel parisiense, calle Faubourg Saint-Honoré. Ha cambiado. Menos vientre y menos pelo. Se ha afeitado también el bigote, digno del gendarme de Saint-Tropez. Envarado en su traje y corbata, mirada azorada tras sus espesas cejas, parece apagado. Ensombrecido por los dos a cuatro paquetes de Marlboro que consume a diario. “El caso Maddie lo ha transformado, se ha vuelto triste”, asegura su mujer, Sofía, que no se separa de él. Dinamismo por dos.
Amaral está en París con ocasión de la salida de su libro, del que ha vendido 180.000 ejemplares en Portugal. Tras el caso Maddie, dejó la policía. El 2 de Octubre de 2007, tras cinco meses sin noticias de la pequeña inglesa, es separado de la investigación por su superior. Ofendido, se jubila anticipadamente, a los 48 años. “No me retiraron del caso por incompetencia, sino por un momento en el que me dejé llevar”, insiste él. Es decir, por haber criticado a los policías británicos, acusándolos de estar manipulados por el clan McCann. La policía portuguesa irritó desde el principio a la familia McCann. Falta de profesionalidad, dicen los unos con arrogancia anglosajona. Métodos de trabajo diferentes, se defienden los otros. Entre las dos partes se ahonda el abismo, la incomprensión y el rencor se abren paso. El culto al secreto que rodea a la investigación portuguesa choca con la excesiva mediatización orquestada por los ingleses.
El comisario Amaral no ceja. “¿Por qué arriesgarse a publicar la foto de esta niña desde los primeros momentos, en el mundo entero? Es lo idea para asustar al posible raptor que puede matar a la niña. Hay que trabajar en silencio. Al menos en un primer momento.” La incomprensión se transforma en guerra abierta cuando, en el verano que sigue a la desaparición, los investigadores portugueses emiten la hipótesis de una simulación. ¿Y si los padres fuesen culpables? Sospechar oficialmente de los McCann, colocándolos bajo el estatuto particular de arguidos (“sospechosos oficiales”): Apasionada, la opinión pública británica no lo acepta. Se escandaliza. Es demasiado y el comisario Amaral cae.
Hoy el comisario se explica. He aquí su tesis, en resumen: los padres son responsables de la muerte de su hija. Accidente doméstico, malos tratos o crimen. Es igual. “La hipótesis políticamente correcta del rapto no se sostiene, asegura. La niña está muerta.” Articula su demostración en torno a dos puntos clave. Primero, los rastros de sangre encontrados por los perros rastreadores en la habitación del hotel y en el coche alquilado por los McCann más de veinte días después de la desaparición de la niña. “Los análisis muestran que la sangre corresponde en parte al perfil ADN de Madeleine McCann”. Después, las estadísticas: “Los crímenes contra niños, incluidos los sexuales, son cometidos por los padres en el 84 % de los casos.” Para él, ni sombra de duda. Nosotros cerramos el libro como lo abrimos, sin ninguna certeza. ¿Por qué ha escrito este hombre este libro? ¿Convicción u obsesión? ¿Tenacidad o encarnizamiento? ¿Ganar dinero con un tema sensacionalista? Él barre las críticas con un movimiento de mano. “Es una cuestión de valores, de justicia y de verdad.” Hoy, el ex-policía desea la reapertura de la investigación para “encontrar el cuerpo de Maddie”. Y rehabilitar la imagen de la policía portuguesa. También la suya. El ex-inspector está inculpado por falso testimonio en otro caso relacionado con una niña desaparecida, cuyo cuerpo no apareció jamás. Leonor Cipriano, la madre de Joana (8 años), condenada a dieciséis años de prisión, afirma haber confesado la muerte de su hija tras haber sido golpeada por los policías controlados por Amaral, a quienes él habría protegido después. Sin pestañear, él ve en esto una nueva tentativa de desestabilización.
Gonçalo Amaral es una de esas personas de inteligencia fría, que sorprende, intimida y desconcierta. No deja sitio, ni siquiera ínfimo, para la compasión, la emoción o cualquier clase de afecto. Para él, los padres de Maddie (y sus amigos) son culpables de haber dejado solos a sus hijos, sin vigilancia, en su habitación, mientras ellos cenaban en el restaurante del hotel. Sin piedad, suelta: ”Deberían ser castigados por eso. El deber de los padres es vigilar a sus hijos. ¿Cree que una niña de 3 años está segura, sola en una habitación? Puede sucederle cualquier cosa: un accidente eléctrico o algo, sin hablar siquiera de secuestro.”
Gonçalo Amaral tiene tres hijas, de dos matrimonios. “Es un papá muy complaciente. Con él a las niñas se les consiente todo”, afirma su mujer Sofía. En su libro, Amaral evoca a su hija más pequeña, Inès, de la misma edad que Maddie. “Igual, pero en moreno.” Ni una palabra, en cambio, de su infancia al norte de Lisboa, con sus cinco hermanos y hermanas, su madre ama de casa y su padre obrero. No cuenta tampoco cómo entró en el servicio público como simple agente, a los 14 años, “porque en aquella época era posible”. Recorrido jalonado de clases nocturnas, para subir los escalones hasta ese puesto de coordinador del departamento de investigaciones criminales de la policía judicial de Portimao. Además del caso Maddie, se ha ocupado de temas delicados, especialmente los relacionados con tráfico de drogas. “Este trabajo era su vida. Dejarlo ha sido un profundo desgarro”, dice su mujer. Ha intentando además una incursión en política. Quería presentarse a las elecciones municipales de octubre 2009 en Olhao, por el partido socialdemócrata (formación de centro-derecha). El presidente del partido lo rechazó “por temor a mezclar lo político con lo jurídico”. Entonces, ha emprendido la creación de un segundo libro, sobre otros casos de policía. Queda la página por girar.
Marie Piquemal
Traducción de "Eme"