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Correio da Manhã
Se suele decir que dentro de cada uno de nosotros existe un entrenador de fútbol y un árbitro. En interminables conversaciones de café se discuten los errores tácticos y los penaltis que esos cegatos, que estaban al lado del balón, no consiguieron ver.
Por otra parte, en el ámbito del éxito de series policiales, como CSI, emitida por SIC, y de los amplios informativos sobre crímenes y criminales, hemos sido invadidos por otras dos figuras. En cada uno de nosotros existe un detective y un juez. Precisos, rigurosos, justos, vengativos, dueños de verdades judiciales tan definitivas que cualquier investigador, fiscal o juez serio teme afirmar. Está de moda. Y vino para quedarse.
Escribo después de ver un episodio de Poirot, otra excelente serie policíaca, emitida en RTP Memoria, y no conseguí dejar de recordar a Edmond Locard, el gran artífice de la investigación criminal como hoy la conocemos. A principios del siglo XX, escribió un ensayo en el que comparaba a los policías de laboratorio y los de ficción, en aquella época, dominados por los actos de Sherlock Holmes. Llega a una conclusión muy simple. Los nuevos métodos de la policía científica tenían un único objetivo: producir pruebas materiales que secundaran la prueba testimonial y acabasen con la necesidad de la confesión.
Durante siglos, la tortura había ganado legitimidad como instrumento que permitía la tranquilidad de la existencia de un reo confeso. Torturar hasta la confesión. Fue en contra de esta afrenta a la dignidad humana que los pioneros de la investigación criminal crearon los nuevos métodos que iban a ganar mayor consistencia científica (sin ser nunca una ciencia) a lo largo de todo el siglo hasta nuestros días. Los policías de ficción, según Locard, contribuyeron a los nuevos métodos con la divulgación de la deducción y el análisis meticuloso de los indicios. El camino estaba abierto. El error de Poirot fue resolver los crímenes solo a través del análisis y deducción del comportamiento de los sospechosos.
El error de CSI es que, después de tanta ciencia, siempre existe la confesión del autor del delito. Y los dos errores, a fin de cuentas, son la auténtica fascinación de la investigación criminal. No siendo la ciencia que se alimenta de ellos, ahora, millones de detectives de banquillo hesitan entre insultar al árbitro o denunciar acaloradamente al delincuente por sus sospechas.
De hecho, estamos más cerca de la Inquisición de lo que muchas veces nos creemos.
Traducción de Mercedes
Para hacer comentarios: Aquí
Se suele decir que dentro de cada uno de nosotros existe un entrenador de fútbol y un árbitro. En interminables conversaciones de café se discuten los errores tácticos y los penaltis que esos cegatos, que estaban al lado del balón, no consiguieron ver.
Por otra parte, en el ámbito del éxito de series policiales, como CSI, emitida por SIC, y de los amplios informativos sobre crímenes y criminales, hemos sido invadidos por otras dos figuras. En cada uno de nosotros existe un detective y un juez. Precisos, rigurosos, justos, vengativos, dueños de verdades judiciales tan definitivas que cualquier investigador, fiscal o juez serio teme afirmar. Está de moda. Y vino para quedarse.
Escribo después de ver un episodio de Poirot, otra excelente serie policíaca, emitida en RTP Memoria, y no conseguí dejar de recordar a Edmond Locard, el gran artífice de la investigación criminal como hoy la conocemos. A principios del siglo XX, escribió un ensayo en el que comparaba a los policías de laboratorio y los de ficción, en aquella época, dominados por los actos de Sherlock Holmes. Llega a una conclusión muy simple. Los nuevos métodos de la policía científica tenían un único objetivo: producir pruebas materiales que secundaran la prueba testimonial y acabasen con la necesidad de la confesión.
Durante siglos, la tortura había ganado legitimidad como instrumento que permitía la tranquilidad de la existencia de un reo confeso. Torturar hasta la confesión. Fue en contra de esta afrenta a la dignidad humana que los pioneros de la investigación criminal crearon los nuevos métodos que iban a ganar mayor consistencia científica (sin ser nunca una ciencia) a lo largo de todo el siglo hasta nuestros días. Los policías de ficción, según Locard, contribuyeron a los nuevos métodos con la divulgación de la deducción y el análisis meticuloso de los indicios. El camino estaba abierto. El error de Poirot fue resolver los crímenes solo a través del análisis y deducción del comportamiento de los sospechosos.
El error de CSI es que, después de tanta ciencia, siempre existe la confesión del autor del delito. Y los dos errores, a fin de cuentas, son la auténtica fascinación de la investigación criminal. No siendo la ciencia que se alimenta de ellos, ahora, millones de detectives de banquillo hesitan entre insultar al árbitro o denunciar acaloradamente al delincuente por sus sospechas.
De hecho, estamos más cerca de la Inquisición de lo que muchas veces nos creemos.
Francisco Moita Flores, profesor universitario
Traducción de Mercedes
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